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1933 – El Libro «HP Lovecraft»


Mis recuerdos son muy confusos. Dudo incluso cuál fue el principio, porque a veces tengo visiones sobrecogedoras de los años que se extienden detrás de mí, mientras que otras veces parece como si el momento presente fuese un punto aislado en una infinitud informe y gris. Ni siquiera estoy seguro de cómo transmitir este mensaje. Aunque sé que estoy hablando, tengo la vaga impresión de que hará falta una extraña y quizá terrible mediación que lleve lo que digo a los puntos en que deseo que me escuchen.

 

Mi identidad, también, es desconcertantemente brumosa. Me parece que he sufrido un tremendo shock que quizá sea monstruosa consecuencia de los ciclos de mi experiencia única e increíble.

 

Estos ciclos de experiencia derivan, por supuesto, de ese libro roído por la carcoma. Recuerdo cuando lo encontré en una casa sombría, cerca del río negro y oleaginoso, siempre cubierto de remolinos de brumas.

 

Era una casa muy vieja, y los estantes, altos hasta el techo y llenos de volúmenes carcomidos, se extendían interminablemente hacia las partes de atrás, por los cuartos y habitaciones sin ventanas. Había además grandes e informes montones de libros en el suelo y en toscos cajones; y fue en uno de esos montones, donde lo encontré. No sabía su título, ya que le faltaban las primeras páginas; pero cayó abierto por el final, y su visión hizo que me vacilaran los sentidos.

 

Había una fórmula —una especie de lista de cosas que hacer y que decir— que reconocí como algo negro y prohibido; como algo que yo había leído antes en furtivos párrafos, con una mezcla de repugnancia y fascinación, escrito por antiguos estudiosos de extraños y antiguos secretos del universo en cuyos deteriorados textos me enfrascaba con entusiasmo. Era la clave —la guía— para ciertos accesos y transiciones sobre la que los místicos han soñado y hablado con temor desde que la humanidad era joven, y que conducía a libertades y descubrimientos situados más allá de las tres dimensiones y de los reinos de la vida y la materia que conocemos. Durante siglos, ningún hombre había recordado en sustancia vital, ni había sabido dónde encontrarla; pero este libro era muy antiguo. No la prensa, sino la mano de algún monje medio loco había consignado aquellas ominosas frases latinas de uncial y sobrecogedora antigüedad.

 

Recuerdo cómo el viejo me miró de reojo, soltó una risita e hizo un signo extraño con la mano cuando me lo llevaba. Se negó a aceptar ningún dinero por él; y sólo mucho después supe por qué. Mientras regresaba apresuradamente a casa por las estrechas, serpenteantes, neblinosas calles del barrio marinero, tuve la horrible impresión de que me seguían unas pisadas furtivas y apagadas. Las casas destartaladas y seculares, a ambos lados, parecían llenas de una fresca y morbosa malignidad, como si se hubiese abierto de repente un canal de saber malvado hasta ahora obstruido. Me daba la impresión de que aquellos muros y salientes hastiales de ladrillo manchado y fungosas vigas y argamasa —con sus ventanas que me miraban de soslayo, como si fuesen ojos, con sus cristales en forma de rombo— se contenían a duras penas para no avanzar y aplastarme…. Sin embargo, sólo había leído el fragmento más pequeño de esa runa blasfema, antes de cerrar el libro para llevármelo.

 

Recuerdo cómo leí por fin el libro: con la cara pálida, encerrado en mi habitación del ático donde durante tanto tiempo me había dedicado a extrañas investigaciones El enorme caserón estaba en silencio, ya que no llegué hasta después de la medianoche. Creo que por entonces yo tenía familia — aunque los detalles son muy confusos—, y sé que había muchos criados. No recuerdo qué año era, porque desde entonces he conocido muchas épocas y dimensiones, y todas mis nociones del tiempo se me han disuelto y remodelado. Leía a la luz de las velas —recuerdo el incesante gotear de la cera—, y de cuando en cuando me llegaba de lejanos campanarios un repique de carillones. Creo que escuchaba aquellos carillones con especial interés, como si temiese oír alguna nota ajena y remota entre los tañidos.

 

Entonces sonó el primer ruido de arañazos y manoteos en la ventana de la buhardilla que se asomaba por encima de los tejados de la ciudad. Sucedió cuando leí, a media voz, el noveno verso de ese cántico primordial; y con un estremecimiento supe qué significaban. Porque aquel que cruza las puertas adquiere para siempre una sombra, y ya no vuelve a estar solo jamás. Yo había pronunciado la invocación… y el libro era efectivamente lo que yo había sospechado. Esa noche traspuse la entrada a un vértice de tiempos y visiones distorsionados, y cuando la mañana se encontró en la habitación del ático, vi en las paredes y los estantes y los muebles lo que jamás habla visto antes.

 

Ya no pude volver a encontrar el mundo como lo había conocido. Mezclado con el presente veía siempre algo del pasado y del futuro, y los objetos en otro tiempo familiares parecían extraños en la nueva perspectiva que captaba mi visión ampliada. Desde entonces he andado envuelto en un sueño fantástico de formas desconocidas y semiconocidas; y cada vez que cruzaba una nueva entrada, menos claramente reconocía las cosas de la reducida esfera a la que durante tanto tiempo había estado anclado. Lo que yo percibía a mi alrededor no lo veía nadie; y me volví doblemente taciturno y distante, por temor a que me creyesen loco. Los perros tenían miedo de mí, porque sentían la sombra exterior que jamás se apartaba de mi lado. Pero me sumergí más aún en la lectura de libros y pergaminos ocultos y olvidados, a los que me guiaba mi nueva visión…, y crucé nuevos umbrales de espacio y de formas de vida en mi trayectoria hacia el corazón del cosmos desconocido.

 

Recuerdo la noche en que hice cinco círculos concéntricos de fuego en el suelo, y me encerré en su interior, entonando esa monstruosa letanía que el mensajero de Tartana había traído. Las paredes se disolvieron, y un viento negro me arrebató, arrastrándome a través de abismos grises e insondables con pináculos de montañas desconocidas, a millas por debajo de mí. Poco después sobrevino una completa negrura; luego, la luz de minadas de estrellas compusieron extrañas y desconocidas constelaciones.

 

Finalmente, vi una llanura iluminada por un resplandor verde, muy por debajo de mí, y distinguí en ella las retorcidas torres de una ciudad cuyas construcciones jamás había visto, ni leído, ni soñado yo. Y al acercarme flotando a aquella ciudad, vi en un espacio abierto un gran edificio de piedra, y me invadió un miedo espantoso. Grité y me delaté; y tras un desvanecimiento, desperté otra vez en mi habitación del ático, tendido en medio de los cinco círculos fosforescentes del suelo. En el vagabundeo de aquella noche no hubo nada que fuese más extraño que las experiencias de las noches anteriores; pero sí sentí más terror, porque sabía que estaba más cerca de esos abismos y mundos exteriores de lo que había estado antes. En lo sucesivo he sido más precavido con mis fórmulas encantatorias, porque no tengo ningún deseo de separarme de mi cuerpo y de la tierra, y quedarme en los abismos desconocidos de donde no podría regresar…

2 julio, 2010 Posted by | HP Lovecraft | , , , | Comentarios desactivados en 1933 – El Libro «HP Lovecraft»